El viernes pasado me despedí de las clases en la universidad encerrándome durante 6 horas en las claustrofóbicas salas de AVID. Fue una despedida dura y grata a la vez al ver editado nuestro propio reportaje con apenas unos conocimientos rudimentarios sobre edición. Resulta interesante constatar que nadie se ha tomado la paciencia de enseñarnos la práctica de la edición pero todo el mundo exige que seamos expertos en el tema. El caso es que me di cuenta de que no volvería a dar clase en
Mi padre me recuerda siempre que puede el día en que me matriculé en la universidad. Por muy poco tuve que ir a clase en horario de tarde y, al enterarme, me sentí la persona más desdichada del mundo. Tenía que reestructurar mi vida y, lo que era peor, todos mis amigos iban a la universidad por la mañana. ¡Mi vida social estaba acabada! Mi padre me dijo, que al año siguiente podría cambiarme de grupo si ese fuera mi deseo pero que no querría en ningún caso, como así fue. Después de pasar tres años en el grupo 51 de tardes no puedo estar más contenta. Somos una clase totalmente cohesionada, que no duda en organizar fiestas, viajes o pequeñas escapadas conjuntas siempre que encuentra un hueco. He conocido a algunas personas que sé que ya se quedarán a mi lado para toda la vida, a pesar de que cada uno escriba su futuro de manera muy distinta. Así pues, me alegro de que lo que fue la peor noticia del mundo a priori, se convirtiese en una gran alegría a largo plazo. He acabado tercero y, con este curso, una etapa de mi vida universitaria. El año que viene empezará una etapa totalmente desconocida para mí. A ver lo que me depara el futuro en este caso…